Aunque con algo menos de protagonismo que Nueva York, Estambul es la otra gran ciudad presente en la novela. La impresionante, exótica y misteriosa urbe del mediterráneo oriental. Diego Whitehead tiene que desplazarse a la capital otomana para investigar acerca de la vinculación de Osman Sevil con los homicidios que se están produciendo en Nueva York. Veamos la impresión que la ciudad causa en Diego.
«Diego quiso que su última mirada antes de tomar el taxi que le llevaría al aeropuerto fuera para Santa Sofía, la imagen de dos mundos el cristiano y el musulmán, siempre enfrentados y resumidos en esa joya de la arquitectura. Recordó entonces algo que había leído recientemente sobre el sitio de la ciudad. Se trataba de que, el día anterior a la toma, los sitiados juraban haber visto una especie de estela de vapor que salía de la cúpula de Santa Sofía y se elevaba hasta el cielo. Ellos interpretaron que la virgen María estaba abandonando la ciudad, que se marchaba a su hogar celestial porque era consciente de que las tropas turcas estaban a punto de tomar Constantinopla. En la mente de Diego sonaron entonces aquellas notas vibrantes del Ave María de Gounod. Y, sin saber por qué, se puso a orar internamente aquella plegaria que apenas si conocía dado el entorno laico en que se había criado. Y se imaginó, también, al sultán Mehmet visitando el esplendor de la iglesia cristiana aquel 29 de mayo de 1453, tras el momento en que sus tropas habían roto las defensas de la ciudad, conquistándola para los otomanos. Se lo imaginó lanzando el protocolario Allahu Akbar, pues acababa de entregar a su dios la joya más preciada del enemigo cristiano.«